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EL PURGATORIO
La última de las misericordias de Dios
PADRE DOLINDO RUOTOLO
Imprimatur
+ Victorias Maria Costantini
Suess. Episcop.
Sessa Aurunca, novembris 1982
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PREFACIO
Cuando se habla del Purgatorio, no es raro presentarlo como un inexorable y
poco menos que despiadado acto de la Divina Justicia.
Ciertamente el Purgatorio es un lugar de tormentos penosísimos frente a los
cuales las penas de la vida presente son casi flores del campo rodeadas de
espinas. Pero, las penas del Purgatorio aunque sean gravísimas, son una amorosa
purificación, para transformar el alma, capacitándola para la perfecta felicidad
del Paraíso.
Es una verdadera lucha de amor: Dios que ama al alma, la purifica por amor.
El alma que ama a Dios tiende hacia Él, está contenta de purificarse, aún
sufriendo amargamente, porque pondera la gravedad de sus propias faltas, que
le impiden el pleno goce de la unión con Dios: Es, por lo tanto, una verdadera
lucha de amor entre Dios y el alma, y es necesario eliminar de la concepción del
Purgatorio, todas aquellas falsas ideas, que lo hacen concebir como una
venganza de la divina justicia, y como una cárcel terrible, en la cual el alma
gime sin consuelo.
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¿Cómo sería de cruel el novio que atara con esposas a la novia para
prepararla a la felicidad en la boda? ¿Quién podría gozar de un bellísimo
panorama con el ojo legañoso, o con una pelusa que lo nubla y lo molesta?, en
este caso ¿sería crueldad poner en el ojo el quemante colirio, o dar vuelta el
párpado para sacar la pelusa? ¿Quién podría sentarse con alegría en un
banquete con el estómago revuelto por la acidez? ¿Y quién juzgaría crueldad
darle la medicina amarga que le permita gustar de la comida?
Dios es amor, es infinita caridad, y si nosotros peregrinos del valle de
lágrimas, no lo consideramos bajo la luz de su infinito amor, no lo amamos
verdaderamente. Si el temor de Dios, que es un don del Espíritu Santo, no es
inspirado por el amor, no genera en el alma la confianza, sino sólo el temor.
Debemos considerar el Purgatorio como el último acto de misericordia de
Dios que por la necesaria purificación conduce al alma a la gloria y felicidad del
Paraíso.
Hemos querido mostrar con las pobres y limitadas luces humanas, cual es la
maravillosa victoria de la lucha de amor entre Dios y el alma en el Purgatorio.
Frente a tanto amor el alma siente aún más el deber de llevar una vida santa en
la tierra, para ser digna del divino abrazo en la eterna felicidad.
Nápoles, Agosto 1959
El autor
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DONDE VA EL ALMA
El alma se separa del cuerpo…
La muerte es la consecuencia del pecado, y es común a todos los hombres.
Aunque uno sea incrédulo, no puede huir de la realidad de la muerte. Todos
tenemos que morir, lo sabemos, pero raramente encontramos quién se preocupe
de ello, aún cuando se ha llegado a la extrema vejez.
Yo soy viejo, tengo 77 años, sé que estoy cerca de la muerte, pero no siento
en mí la muerte, siento la vida, aún cuando, por la vejez me doy cuenta que no
tengo la fuerza para hacer ciertas cosas. La razón de este fenómeno interno,
está en el alma y en su inmortalidad. Tenemos el alma que es inmortal, y como
tal siempre joven.
Al llegar a la vejez tenemos la impresión de una doble fisonomía: la primera
es tener una cara y un cuerpo bastante diversos de aquel que es por los años, si
nos miramos en un espejo o en una fotografía, tenemos una desconcertante
sorpresa, porque notamos el inexorable deterioro del cuerpo. Es esta una
fisonomía tan diversa de aquella que sentimos internamente. También este
fenómeno es un testimonio de la realidad del alma inmortal.
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El cuerpo es instrumento del alma; cuando el instrumento está en mal estado
y no sirve, se trata de arreglarlo. Cuando no sirve más, se lo elimina.
El cuerpo, instrumento del alma cuando se envejece comienza a ponerse
inútil. Se trata de mejorarlo, y puede servir todavía, pero menos que antes.
Después se debilita hasta el gradual deterioro de los órganos, hasta que no
pudiendo ser instrumento del alma, ésta lo abandona y llega la muerte.
Los esfuerzos hechos para huir de la muerte con los médicos y las
medicinas, a menudo la aceleran. El cuerpo responde menos al impulso del alma,
y muere poco a poco, a medida que los órganos internos se destruyen. El
corazón comienza a ceder, la circulación se altera, la respiración se vuelve
dificultosa porque a los pulmones les falta fuerza, se cansan, y por el cansancio
se acumula el anhídrido carbónico en el organismo, después el colapso, luego la
muerte, la inevitable muerte.
¿Y el alma que hace? Como ella da la vida al cuerpo entero y a cada una de
sus partes, permanece toda en el cuerpo, hasta que haya una célula viva todavía
capaz de ser activada por el alma. Después, cuando también esta célula está
incapacitada y el cuerpo va hacia la destrucción, entonces el alma se separa del
cuerpo.
Los dolores particulares del cuerpo humano se deben no sólo a la sensibilidad
de los órganos, que por los nervios, se concentran en el cerebro y por el
cerebro en el alma que lo vivifica, sino que son debido también a la falta de
acción del alma, cuando no puede actuar completamente por los órganos del
cuerpo.
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